
Biofilia
El término biofilia fue introducido por el psicoterapeuta y filósofo Erich Fromm (1900-1980) para denominar el anhelo del hombre de coexistir con la naturaleza; el amor humano por la naturaleza. El término procede del griego y significa «amor a la vida».
Etimológicamente, Biofilia viene de «bio», que significa vida/organismo vivo/respeto por el entorno, y «philia», que significa amor hacia algo. Por lo que vendría a significar amor al medio ambiente, es decir, la necesaria unión con la naturaleza; una necesidad evolutiva. Todas las especies, incluida la humana, dependen de la interacción con el medio que les rodea (incluidas las plantas y los animales). (Biolaboratorio, 2019).
Tras su muerte, Edward O. Wilson, biólogo evolutivo, propuso la hipótesis de la biofilia: la necesidad del hombre de conectarse con el resto de los seres vivos; se trata de nuestro vínculo con la naturaleza, resultado de un largo proceso evolutivo. Wilson dijo que los humanos formamos parte de la red de la vida («Web of Life») porque venimos de la naturaleza, nos hemos desarrollado dentro de ella y en interacción con ella. «Sobre nosotros actúa la misma fuerza vital a la que están sujetos los animales y las plantas».
Ya en el siglo XII, Hildegard Von Bingen escribió sobre los efectos beneficiosos de las plantas silvestres. Llamó «energía verde» al poder curativo de la naturaleza sobre los seres vivos.
Sus escritos son actualmente afirmados por la ciencia; las plantas se comunican* directamente con nuestro sistema inmunitario. Comunicación entendida como la transmisión de información entre un emisor y un receptor; no necesariamente a través del lenguaje verbal. Las plantas se comunican mediante sustancias químicas, al igual que los insectos. Estas sustancias químicas contienen información con un objetivo final y las liberan de forma controlada e intencionada. Estas moléculas pueden llegar incluso a otros organismos.
Los factores asociados a la respuesta inmunitaria pueden asignarse a prácticamente cualquier enfermedad (enfermedades infecciosas, arteriosclerosis, cáncer o depresión, entre otras). Por eso nos trasladamos (mentalmente) a Japón, donde encontramos una tradición llamada «shinrin-yoku», que significa «baño en el bosque».
No, no es ir a bañarse a un estanque o lago, sino que lo definen como inhalar la atmósfera del bosque. Allí es un método oficialmente reconocido para prevenir enfermedades y también se utiliza como terapia de apoyo para su tratamiento. Está promovido por el sistema estatal de salud pública, es objeto de investigación y se aplica en universidades y clínicas médicas.
En el bosque, nuestro sistema inmunitario entra en contacto (inconscientemente) y se comunica con las plantas. Plantas que, a su vez, están en constante comunicación con las plantas y animales que las rodean. Algunos de los efectos de esta comunicación son – aumento del número de células asesinas naturales del sistema inmunitario – aumento de la actividad de las células asesinas naturales del sistema inmunitario durante días – aumento del nivel de proteínas anticancerígenas.
Durante el «baño de bosque» respiramos el aire y, por tanto, un cóctel de sustancias bioactivas que desprenden las plantas, especialmente las que tienen capacidad de comunicación gaseosa.
Entre estas sustancias se encuentran los terpenos, que, al interactuar con nuestro sistema inmunológico, son muy beneficiosos para nuestra salud. También actúan indirectamente sobre nuestro sistema hormonal, reduciendo las hormonas del estrés. *
Con un solo día en una zona boscosa, el número de linfocitos naturales aumenta en la sangre casi un 40%, además de ser más eficiente, y se mantiene así durante 1 semana.
«Los bosques están llenos de efectos de Biofilia» (Arvay, 2015)
De hecho, en las regiones boscosas mueren menos personas de cáncer que en las no boscosas. El profesor de medicina de Tokio, Qing Li, recomienda permanecer entre dos horas y tres días en el bosque para fortalecer los linfocitos y las proteínas anticancerígenas. También recomienda no caminar más de 1 km por hora de estancia. Es decir, si te quedas 4 horas, no camines más de 4 km. Procura no cansarte y beber agua o té. Por otro lado, la concentración de terpenos alcanza su máximo en los meses de verano, y siempre es mejor adentrarse en el corazón del bosque.
Asimismo, con la humedad tras la lluvia o la niebla en el aire del bosque, muchos de estos terpenos flotan. Por último, cuanto más cerca del suelo estemos, mayor será la densidad de terpenos, ya que en las copas de los árboles los terpenos son destruidos por la radiación ultravioleta del sol.
Este deseo vital de estar en contacto con la naturaleza y los animales (no siempre de forma consciente) forma parte de nuestro ADN; llevamos miles y miles de años desarrollándonos en la naturaleza, por lo que es vital para nuestra salud física y emocional. Para entenderlo mejor, podemos compararlo con las fobias a las serpientes; muchas personas, incluso sin haber estado en peligro por una serpiente, le tienen fobia. Sin embargo, no encontramos personas con una fobia innata a las motosierras o a los cables eléctricos que forman parte de nuestra vida cotidiana y que son la causa de más lesiones y accidentes diarios. «Esto se debe a que, como especie, nuestro conocimiento de la motosierra es bastante reciente, mientras que las serpientes han estado en nuestro poder desde los albores de la humanidad». (Symbiota, 2020).
Del mismo modo, en la escala de tiempo de la evolución, sólo llevamos unas milésimas de segundo en las ciudades modernas, en comparación con el larguísimo tiempo que llevamos viviendo en la naturaleza.
Por otra parte, los seres humanos sentimos emociones tan positivas después de estar en la naturaleza porque, al alejarnos de la vida moderna, nos alejamos de la crítica, la presión, el estrés… y acogemos una aceptación tal y como somos por parte de lo medio salvaje. Estamos rodeados de plantas, animales, hongos, microorganismos, etc. que no nos juzgan ni tienen prejuicios sobre cómo somos. Estamos entre ellos, con ellos, con la red de la vida. Podemos ser y estar como somos y sentimos en ese momento. Y este es uno de los efectos psicológicos curativos más conocidos del efecto Biofilia.
Este efecto tiene tal impacto porque incluso lo que no procesamos conscientemente sigue siendo procesado por nuestro cerebro de forma inconsciente. Es decir, imagina que estás en el bosque descalzo; puedes sentir las hojas en tus pies y, al mismo tiempo, oler la tierra húmeda y ver hormigas en el suelo. Pero, además, nuestro cerebro está procesando inconscientemente decenas de estímulos que repercuten en nuestras experiencias, comportamientos, emociones y sentimientos.
La zona del cerebro responsable de ello se llama «cerebro reptiliano» o, más comúnmente, tronco cerebral, y «sistema límbico».
El cerebro reptiliano está lleno de memoria y herencia ancestral del ser humano y es lo que nos une a los reptiles y anfibios. Está compuesto por los ganglios basales, el sistema reticular, el cerebelo y el tronco cerebral. Controla las funciones autónomas (respiración y latidos del corazón), el equilibrio y el movimiento muscular. Sus respuestas son directas, reflejas, instintivas; es decir, controla el pensamiento y el comportamiento instintivo para nuestra supervivencia.
Por otro lado, el sistema límbico regula las emociones, la memoria, el hambre y los instintos sexuales. Nos indica cuándo podemos relajarnos y cuándo debemos prepararnos para luchar o huir. Pero no sólo reaccionan a los estímulos externos, sino también a los internos, como la carga de trabajo, los exámenes, las citas, las expectativas, los problemas económicos… En definitiva, todo lo que nos lleva a experimentar estrés es procesado por nuestro cerebro como una amenaza. Asimismo, niveles altos y continuados de estrés pueden provocar dificultades de concentración, enfermedades del corazón, del sistema circulatorio, trastornos del sueño, ansiedad, depresión, trastornos de la conducta alimentaria, adicciones, trastornos intestinales, fallos inmunológicos e incluso cáncer.
Lo que hace la naturaleza es «señalar» la acción de la relajación y el descanso. «La naturaleza está llena de estímulos estéticos, ruidos y olores que crean en nuestra cabeza las bases neurobiológicas para sentirnos bien y relajarnos». Nos permite sentirnos seguros.
En otro estudio, un equipo de seis científicos japoneses investigó qué propiedades de la naturaleza tienen efectos favorables en nuestra mente. Llegaron a la conclusión de que la naturaleza influye en los cinco sentidos: la vista, el olfato, el oído, el tacto y el gusto; especialmente los ruidos y los olores reducen la presión arterial y equilibran la actividad del córtex prefrontal (reduciendo el estrés). Los olores tienen una influencia muy significativa en la mente y el inconsciente y, por tanto, en nuestro bienestar y funcionamiento; pueden mejorar nuestra atención focalizada, aportar entusiasmo y alegría, encontrar un sentido de pertenencia y percibir nuestros sentimientos y hacernos conscientes de ellos.
En definitiva, y tras la información de este blog, me gustaría sugerir el perfume de origen natural como un elemento de bienestar que nos aporta inmunidad natural a través de la respiración profunda de sus componentes. Nuestros perfumes están elaborados con aceites esenciales, por lo que los beneficios de la planta de origen están muy presentes y pueden aportar las mencionadas propiedades curativas.
En conclusión, la naturaleza mantiene nuestra salud a nivel físico, biológico, sexual y psicológico, y ayuda a curar y reducir el dolor cuando ya tenemos una enfermedad. Nos permite volver a sentirnos niños, nos devuelve a nuestro «hogar», nos sentimos cómodos, libres. Nuestros sentidos se vuelven más activos y sensibles a los estímulos.
Para experimentar todo esto no es necesario ir a un bosque, incluso un parque, un jardín o un huerto nos proporcionarán estos beneficios en cierta medida.
*Efectos anticancerígenos e inmunoestimulantes, especialmente en combinación con el isopreno, el alfa pineno, el betapineno, el d-limoneno y el 1,8-cineol.
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